jueves, 7 de marzo de 2013

Las vírgenes suicidas





Es difícil describir la intensidad de una novela como Las vírgenes suicidas, casi tan difícil como darle un rostro de película al Holden Caulfield de El guardián entre el centeno. Sofia Coppola, que supo entender a tiempo que lo suyo no era el método Stanislavski, ha captado con ingenua perfección la esencia de un libro, el de Jeffrey Eugenides, que Salinger hubiera firmado sin pensárselo dos veces. En la historia de estos cinco ángeles suicidas, más fantasmales que físicos, se huele la huella del autor de ese relato insuperable titulado Un día perfecto para el pez plátano: ese lirismo cruel con que Salinger describe el doloroso paso de la adolescencia a la edad adulta se cita en la versión cinematográfica de Las vírgenes suicidas con toda la contundencia de la que es capaz un director novel que cree en lo que cuenta.Lo que cuenta lo cuentan, en primera persona del plural, los jóvenes testigos del progresivo encierro de esas gloriosas muñecas de porcelana (lideradas por Lux, una inspiradísima Kirsten Dunst), lolitas que se rebelan contra la represión absurda de sus padres (generosos James Woods y Kathleen Turner) convirtiendo el suicidio en un acto familiar. Sofia Coppola traduce el punto de vista idílico de ese narrador colectivo y alucinado en un estilo visual que bebe de la fotografía de los 70 y de las revistas de tendencias vanguardistas (el Wallpaper, sin ir más lejos) y de interiorismo suburbial. La música de Air oxigena la hermética vida de las hermanas Lisbon creando un aura blanca y desenfocada a su alrededor, el aura propia de esos recuerdos inmutables y paradisíacos, falsos por naturaleza. De ahí que La vírgenes suicidas sea mucho más que una película sobre la pérdida de la inocencia: es una película sobre la memoria. La memoria que nos implanta ese momento en que nos comunicábamos con nuestros objetos de deseo poniéndonos discos por teléfono, o ese primer encuentro -la noche de amor de Lux y Trip (Josh Hartnett) en el campo de rugby- con el chico⁄a que cambiará nuestra vida por completo. Es en ese sentido que la magnífica película de Sofia Coppola es bella y terrorífica: porque nos demuestra que nunca, NUNCA, podremos recordar con exactitud por qué perdimos nuestra pureza, esa pureza que nos permitía desear lo inalcanzable.Lo mejor: la belleza idílica de las cinco protagonistas, espectros angélicos entre el cielo y la tierra.Lo peor: que alguien cometa la frivolidad de confundirla con una película teenager del montón.

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